Si hay un día que yo espero con todas mis ganas, es el viernes. El viernes me abre la oportunidad única de estar días libres con mis hijos y mi esposa.
Todo inicia el viernes a las 5 pm, cuando ya he regresado de un viaje en automóvil de casi 2 horas para llegar a mi casa. Preparamos el café (que ahora lo hago molido porque me sabe mejor), al que le sumamos un pan recién horneado o unas galletas que mi esposa ha preparado. Ellos toman jugo y el más pequeño insiste en subirse primero a la silla para tener su propio plato y comer todo lo que quiera (ya le hemos introducido la cuchara y la agarra muy bien).
El cansancio en mi esposa es evidente, el día de trabajo agota y en una realidad en la que compaginar vida laboral y familiar es complicado; su cara, el tono de su voz y la pancita que carga a nuestra hija, me invitan a apurarme para que podamos descansar temprano.
Lavar dientes, las manos... las piernas del más futbolero están llenas de tierra, no se puede acostar así, entonces al agua pato... pero agua tibia, cuidado la fría porque genera unos llantos audibles a varios kilómetros a la redonda (algún día ha tocado agua fría y no ha habido más remedio que bañarnos así).
El silencio arropa la noche, hemos logrado que todos duerman desde las 7 p.m. pero a alguno de los tres, siempre le hace falta algo, y unas horas después nos llamará pidiendo agua, pidiendo ir al baño o pidiendo que lo alcen unos minutos.
Ahí, es cuando mi tiempo se detiene el fin de semana, cuando en horas de la madrugada, alguno pide que lo alcen. Alzar a mis hijos es sinónimo de un abrazo corazón a corazón, es escuchar su respiración y rezar por cada uno de ellos. Es pensar en tantos niños que viven solos, en tantos que no pueden recibir el consuelo de un abrazo paterno porque son víctimas del divorcio, o de un trabajo extremo que le impide tener a su papá cerca para tener un simple consuelo. Un padre, hombre, macho, masculino, XY, es un protagonista en la vida de sus hijos.
Sábado y domingo... los días empiezan temprano con un "papá, mamá, ya es de día". -Sí es de día pero son las 5 a.m., hay que dormir un ratito más. Desayuno, juegos, merienda, mandados, compras, almuerzo, el cumpleaños de la abuelita, almuerzo, café, película, cena y si se puede más, ellos tienen más ideas: fútbol, más pelis, cuentos, helados en la POPS, reciclar, pintar, cortar, hacer collages... un día de 24 horas no alcanza.
Domingo (iniciamos 5 a.m.), viene la misa al rato y todo lo que una tarde de domingo encierra.
Se entremezcla la alegría con la nostalgia de una semana que inicia, una semana que por razones laborales, nos alejan de casa 55 horas y solo puedo estar con ellos 10 horas entre lunes y viernes... apenas para el café de la tarde, la dormida y la bañada del día siguiente para ir a la escuela.
El más pequeño me acompaña un rato más, el rato que ocupo para llevarlo a casa de mi suegra, quién lo cuida con todo el cariño del mundo y mi suegro, que lo abraza con tanto cariño que me voy "tranquilo", concentrado en mi familia.
Al rato me pregunto si mi esposa habrá llegado a tiempo a su trabajo. Una gama increíble de pacientes la espera y una seguridad social que no se da cuenta de que es mamá de cuatro y que su nivel de trabajo y profesionalismo necesitan al menos que su realidad laboral reconozca su sobreesfuerzo y su sacrificio por conciliar el trabajo y la familia.
Con ella hablaré de esto y más cada noche y hasta que el sueño nos gane y nos deje escuchar otra vez: "papá, mamá, ya es de día".
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