María no llegaba ni a la altura de la mesa en donde tan delicado trabajo se realizaba y yo le insistía que dejara de tocar todo y es que la curiosidad de las chicas en esas edades es pan de cada día.
No podía concentrarse el paje para realizar su trabajo de buena manera, los ojos de aquella niña le robaban la atención, eran como de luna, a propósito del collar.
Y la pequeña no reconocía entre un collar de eternidad como el que le estaban haciendo y la felicidad de una caricia de su padre en sus mejillas, que por cierto aquello le hacía reír tanto que la niña nunca se olvidaría de que una sonrisa es la medicina de quién anda solito por la vida.
Gran sorpresa del paje cuando le pedí otro grupo de lunas y una buena cantidad de hilo de agua... Le expliqué que no solo María venía a completar la lista de princesas de mi casa y que ya una pequeña nueva se aparecía entre los espacios del amor de mi mujer y yo. Casi llora el paje de la emoción y María no dejaba de reirse, de verme, de juguetear, de tomar mis cachetes y estirarlos hasta el cielo.
Listo el collar- dijo el buen mozo-pero María no quizo el collar hasta que hubiera una mayor razón para colgarlo... La presencia de la otra princesita, enana que venía.
María ya no es tan chiquita pero todavía tiene aquel collar... collar que también la otra pequeña guardó en el cielo.