La libertad es quizás uno de los valores más importantes que los seres humanos tenemos. Esa libertad entendida a la luz del otro y que permite darse cuenta de cómo ser libre no pasa por el hecho simplista de “hacer lo que quiera” sino que pasa por cómo logro decidir por mi cuenta aquello que es bueno y de cómo logro encajar mi vida con el bien que existe en mi realidad humana más inmediata, y si se quiere, en la realidad sobrenatural y divina de Dios.
Pues así siempre ha sido mi vida, una vida consciente de que debo hacer un recto uso de mi libertad para encontrar un camino feliz y provechoso, para dejar huella en este mundo. Pues con esa misma libertad, también he tomado decisiones que me hicieron llegar a un error o a una equivocación y que dejan una marca imborrable que nos acompaña con más facilidad que los estímulos positivos de haber conseguido una consecuencia positiva después de elegir con libertad.
Y aunque en otrora, cuando era más joven y soltero, también había tomado malas decisiones; las que más me han marcado son las que alguna vez he tomado, estando ya casado y siendo padre de familia. Como aquella vez en la que, persiguiendo un sueño profesional, nos fuimos a vivir al extranjero, vendimos todo lo que teníamos y nos fuimos a la aventura de tratar hacer una carrera académica, dejando atrás la carrera profesional de mi esposa, quién en ese momento estaba a dos años de terminar su posgrado como médico. Ese periodo corto, nos vio regresar a Costa Rica, con dos hijos, sin trabajo y una carrera profesional truncada.
¿Qué podía hacer con dos hijos pequeños, sin trabajo y sin muebles?, la necesidad me llevó a buscar nuevas oportunidades laborales y con algo de constancia, logré colocarme en un puesto de trabajo estable. No obstante, todavía aquella idea de querer alcanzar mi desarrollo académico y haber fallado en el intento, me hacía pensar que no era posible ese sueño.
Con cierto guiño de complicidad contaré que mi esposa, con su temple y su lucha, logró reingresar al posgrado y terminarlo de manera satisfactoria y con 4 hijos en casa que esperaban a su mamá con una cara de satisfacción y alegría que jamás olvidaré pero tocó movernos una vez pues mi esposa tuvo que hacer servicio médico social en el Hospital de Ciudad Neyli y ante esa inminente situación, decidimos que nuevamente iba yo a dejar mi trabajo profesional y me encargaría del cuidado de los hijos, mientras ella se hacía cargo de sus funciones como médico: era ya la segunda vez.
Llegar a tus 35 años y toparte con la decisión de alejarse del trabajo profesional para tomar labores del hogar parecía una decisión incorrecta, innecesaria, pero nuevamente, y haciendo uso de mi libertad, decidí asumir ese encargo del hogar con gallardía y con una sonrisa en la cara. Me convencí de que había que hablar bien de las cosas buenas, de lo positivo que hay en que un hombre se quede en casa con los niños, de la importancia del hombre en el hogar de familia y así, poco a poco fui descubriendo ese nuevo “trabajo profesional”, pues entre lavar ropa, preparar comidas, bañar a los más pequeños, etc, fui descubriendo que era bueno para aquello y que lo hacía con libertad y por amor.
Durante este tiempo, mis hijos hicieron home-schooling conmigo y con la ayuda de las maestras de su escuela en San José, fuimos haciendo las tareas, los trabajos, la lectura, etc y lograron salir adelante, también, con mi papel de maestro.
Hoy la noche me encuentra recordando estos últimos meses como un hombre en casa y no dejaré de acordarme sobre el perfil de red social en la que quise dejar plasmado, la aventura de tener a papá en casa y a mamá trabajando fuera del hogar de familia (@Hayunhombreencasa. Y dejaré la nota que un periódico local le dio a mi experiencia y a mi decisión de quedarme en casa con los chicos: https://adiariocr.com/educacion/el-hombre-se-queda-en-casa/