lunes, 10 de mayo de 2010

Cuando se acaba la vida, empieza otra.

Recién estuve presente en las últimas horas de vida de Abuela. Entré a su aposento justo cuando un tío la dejaba dormida, esto en el Hospital Max Peralta, Cartago. Y efectivamente, la señora respiraba bien pues hasta ronquidos y grandes bocanadas de aire daba.

Le fui contando poco a poco muchas cosas importantes de mi vida y que quizás en algún momento habíamos comentado: el trabajo, el amor, las decisiones de estudio en el extranjero... y una infinidad de cosas. Ella mantuvo el silencio, aunque de seguro me escuchaba.

Casi sin pensarlo, se fueron pasando las horas y ella no reaccionaba a mis llamados, ni a los de la enfermera. Queríamos darle un antipirético porque tenía la temperatura altísima, yo se la tomé varias veces y efectivamente, no bajaba.

Cuando realmente me empecé a preocupar, fue cuando sus signos vitales empezaron a disminuir de manera exagerada, la respiración y la frecuencia cardíaca se fueron al suelo y a pesar de ello, la cara de mi abuela y su gesto tan tranquilo, me llenaba de serenidad y de inmediato, pues llamé a su médico para que viniera a valorarla.

Todo se me nubló cuando el médico me dijo que sus pupilas no reaccionaban y que debía prepararme para lo peor. Empecé entonces a llamar a mis familiares, los cuales fueron llegando poco a poco y entre llantos y tristezas, nos fuimos despidiendo de Abuela Isabel.

Tengo que confesar que la gran tranquilidad que todavía yo tenía, a pesar de que Abuela se nos iba, proviene de ver la tranquilidad con la que ella se iba al cielo, sin muestra de dolor y era como si Dios se la llevara a un mejor lugar, a la felicidad eterna.

No me quedé quieto y busqué un sacerdote para que le diera los santos óleos, estoy super agradecido con el capellán del hospital, el cual más tarde me contó en confidencia que Abuela se había podido confesar, cosa que había dejado de hacer hace mucho tiempo... que docilidad la del alma cuando se ve ya cerca de su fin y que milagro el que Dios hizo en ella.

También rezamos una parte del Rosario y luego Abuela, pues murió, sus signos vitales indicaban lo peor.

Lloramos y es que la tristeza de perder a alguien tan importante es inexplicable.

Días más tarde he reflexionado un poco sobre varios temas, entre ellos, el de la familia y la fe católica. Y es que tengo que aceptar que de no haber entendido la muerte como me la enseñaron en mi casa, como el paso a la vida eterna, cerca de Dios, no hubiera entendido la muerte de abuela.

En el tema de la familia, pues no hay palabras para describir la felicidad que significa tener un hogar, un sitio, mi sitio en el mundo, en el hogar... Dios mío, que grande es la familia.

Claro, de todo esto no me queda nada más que también sacar algunos puntos concretos de lucha y buenos deseos:

1-Luchar a favor de la familia y promover actividades que reconozcan la importancia que esta tiene en la sociedad como centro de esta.

2-Tener una vida interior más intensa y más cara a Dios.

3-Llorar un poco por que mi abuela ya no esta, y es que falta me hizo.

Cuando una vida se acaba (la de mi abuela), empieza otra (la mía).



A la Luna de dos años

  Que me inspiras la vida.  Hoy te he visto un segundo, una hora, un día completo. Hoy tengo el privilegio de cuidarte, de ser tu guardian, ...