La expresión de "la contradicción de los buenos", la escuché de un sacerdote muy santo que entre gente de su propia confianza, aprecio y cariño, había encontrado argumentos contrarios, a veces calumnias, a lo que su propia vocación sacerdotal le indicaba. Y aprendí, lo que él enseñó con su ejemplo, a perdonar y a olvidar esos detalles y a amar la libertad de las personas que pueden pensar lo que les dé la gana de lo que con nuestra libertad decidimos.
Recién recuerdo esa frase (vide supra), porque me pasa que en temas de fe, de vida matrimonial, de apertura a la vida, de estrategias para hablar bien de las cosas buenas como la vida en familia, la llegada de mi quinto hijo... me encuentro con situaciones algo parecidas a las descritas en el párrafo primero.
Y es cierto que cuando uno se plantea luchar por poner las propias fuerzas y la propia vida encaminadas a las enseñanzas de la Iglesia católica y del Evangelio, dirigidas en conocer a Jesucristo cada día más y a comprometer nuestra propia libertad con lo bueno, con el creador de todo; suelen salir las posturas en contra, las críticas, el chisme, el maltrato, las predisposiciones insanas... muchos actitudes que pueden opacar la buena relación y el cariño con los que nos rodean, por qué si recibes un maltrato de un "enemigo", pues es lo menos que te esperas de alguien que no te quiere, pero si es de tu propio ambiente familiar, te golpea más y sale a flor de piel el orgullo que reclama un poco de respeto y repito, sobre todo si te has planteado llevar esa lucha diaria de una vida cara a Dios y cara al mundo.
Pues, bien, pienso que aún en esas circunstancias, se puede aprender mucho y se puede poner en práctica aquello de poner la otra mejilla y perdonar cuando sea necesario, sin dejar de hablar de la belleza de la vida, de lo que es bueno, de lo que realmente atrae: reflejar con tus decisiones libres, la cara de Cristo que ama al mundo apasionadamente y que lo ha querido así desde siempre.